Wimbledon se caracteriza por la pulcritud del blanco en la vestimenta de sus jugadores, por haber sido escenario del partido más largo en la historia del tenis, por la ausencia de publicidad en sus instalaciones y por curiosidades como su seguro contra pandemias, del cual recibió una compensación en 2020.
01. El Grand Slam más antiguo
La antigüedad es uno de los sellos distintivos de la tradición, y en ese terreno, Wimbledon puede mirar por encima del hombro a sus homólogos, ya que es el Grand Slam más antiguo: fue fundado en 1877, precediendo al US Open (1881), Roland Garros (1891) y el Abierto de Australia (1905). Como era de esperarse, el primer ‘Major’ nació en el país donde se originó el tenis. Además, Wimbledon es el único de los grandes que se disputa sobre césped, aunque Roland Garros también ostenta la exclusividad de su superficie con la tierra batida.
Una de las paradojas del torneo es que, para quienes no son especialistas en hierba, las primeras rondas resultan las más difíciles debido al impecable estado del césped, que se va desgastando a medida que avanzan los partidos, algo que favorece a los expertos en esta superficie. Aunque no se trate de una rareza exclusiva de Wimbledon, conviene recordar que el césped es la única superficie que no cuenta con torneos de categoría Masters 1000, siendo el ATP de Queen’s el certamen más relevante sobre hierba después del propio Wimbledon.
02. La final Nadal-Federer de 2008
El verde intenso del césped y el blanco inmaculado de Nadal y Federer aún brillaban a las 21:16 del 8 de julio de 2008. Un derechazo de Roger, un gruñido de la red y un estallido de júbilo, mientras los flashes rompían la oscuridad y dibujaban una aureola de luz sobre Rafa. Quedaban atrás 4 horas y 48 minutos de batalla, cinco sets, un 9-7 en el decisivo y dos interrupciones provocadas por la lluvia, ese visitante habitual de Wimbledon. Aquel día, en el que Nadal conquistó su primer título en la hierba londinense tras dos finales perdidas ante Federer, muchos lo bautizaron como el mejor partido de tenis masculino de todos los tiempos. El top-spin de Rafa era tan marcado que la pelota cruzaba viva, girando con violencia incluso sobre el césped.
La Catedral del Tenis también fue escenario de la legendaria final de 1980 entre McEnroe y Borg, un duelo entre el temperamento volcánico del estadounidense y la serenidad casi inmutable del sueco, que se movía con igual elegancia sobre la tierra batida como sobre la hierba. Borg encadenó ese año su tercer doblete consecutivo Roland Garros-Wimbledon, y aquella rivalidad dio paso a una amistad que quedó sellada con un icónico abrazo en un aeropuerto.
La pista central del All England Club también fue testigo de uno de los renacimientos más emotivos del tenis: el de Goran Ivanisevic en 2001. Entonces número 125 del mundo, el croata necesitó una invitación (‘wild card’) para participar. La aprovechó con grandeza, llegando hasta la inolvidable final ante Patrick Rafter, decidida también con un 9-7 en el quinto set. Se retiró ese mismo año, dejando en Wimbledon el capítulo más brillante de su carrera. No hay escenario más solemne y elegante para alcanzar la inmortalidad que Wimbledon

03. Las groserías de McEnroe
El Grand Slam del buen gusto y los modales por excelencia fue también escenario de una de las explosiones más recordadas —y groseras— de John McEnroe. En la edición de 1981, que acabaría ganando al derrotar en la final a Björn Borg y así vengar su derrota del año anterior, el estadounidense perdió los estribos en su partido de primera ronda contra su compatriota Tom Gullikson. Todo comenzó cuando el juez de silla, el galés Edward James, anuló un ‘ace’ que McEnroe juraba había tocado la línea.
“You can’t be serious, man. You cannot be serious! That ball was on the line. Chalk flew up!” (“¡No puedes hablar en serio, tío! ¡No puedes estar hablando en serio! La bola tocó la línea, ¡saltó la tiza!”), vociferó el neoyorquino, en uno de los arrebatos más célebres del tenis. Como broche a su protesta, calificó a los árbitros como “the pits of the world” (lo peor del mundo, escoria). Fue sancionado con un punto, pero la frase le salió rentable: se convirtió en una de sus señas de identidad y terminó protagonizando campañas publicitarias con ella.
04. El partido más largo
Uno de los regalos más extraordinarios que ha dejado la historia de Wimbledon. Basta con mirar las fechas para entender la magnitud de la hazaña: el partido comenzó a las 18:13 del 22 de junio de 2010 y no concluyó hasta las 16:48 del día 24. Fueron 11 horas, 6 minutos y 23 segundos repartidos en tres días, un maratón tenístico sin precedentes. El estadounidense John Isner, que acabó llevándose la victoria, y el francés Nicolas Mahut, su incansable rival, se sumergieron en un combate tan largo que casi duplicó el récord anterior del partido más extenso, aquel de 6 horas y 33 minutos entre Santoro y Clément en Roland Garros 2004.
El marcador del último set —70-68— parece irreal. Pero tenía sentido: el partido más largo de todos los tiempos solo podía protagonizarlo una pareja de obstinados sacadores. Isner conectó 113 aces y Mahut, 103. El cuerpo del estadounidense, completamente agotado, no resistió más allá de la épica: cayó en tres sets en la segunda ronda ante Thiemo de Bakker (6-0, 6-3 y 6-2), sin lograr ni un solo ace, el síntoma más evidente de su colapso físico.
05. Vestir de blanco es obligatorio
A la Catedral del Tenis se acude con uniforme, bien vestido para honrar un deporte de caballeros. En Wimbledon, el blanco no es solo tradición, es ley: los jugadores deben vestir de blanco impoluto de pies a cabeza. Quien se atreva a saltar a la pista con otro color será invitado por el juez a corregir su atuendo, en cumplimiento de una de las normas más emblemáticas del Grand Slam británico. Esta regla, instaurada en 1963, se ha endurecido con el tiempo hasta aplicarse incluso a los accesorios, como las cintas para el pelo, que también deben respetar el monocolor.
Roger Federer comprobó la estricta aplicación del reglamento en 2013, cuando tuvo que cambiarse las zapatillas por tener la suela naranja. En su momento, Andre Agassi se rebeló: se negó a participar en 1988 y 1990 por no aceptar el código de vestimenta. Años después cedió, y ganó el título en 1992. Anna Kournikova también vivió su propio episodio en 2002, cuando tuvo que cambiarse unos pantalones negros tras calentar con ellos. En Wimbledon, el blanco no es opcional: es parte del rito.
06. Prohibidas las vallas con publicidad
Wimbledon, como los demás Grand Slam, cuenta con grandes patrocinadores. Sin embargo, a diferencia de los otros torneos, no los exhibe ni en televisión ni en las vallas de las pistas. Así como a los jugadores se les exige vestir de blanco, en el entorno del torneo solo dominan el verde y el lila característicos de su identidad visual. El tercer ‘Major’ del año se mantiene como el último bastión libre de publicidad en una era en la que se explotan hasta los rincones más insospechados para colocar anuncios.
Los jugadores, más allá de lucir la marca que los viste, tienen totalmente prohibido hacer cualquier tipo de promoción, incluso de forma sutil. En cuanto a sus propias asociaciones comerciales, Wimbledon también es fiel a su tradición: desde 1905 utiliza las mismas pelotas, las Slazenger, en una muestra de lealtad llevada al extremo.
07. Rufus, uno más de la familia
Rufus ya es parte de la mitología de Wimbledon —y si no lo es aún, lo será cuando desaparezca—. Desde el año 2000, el torneo confía en un método tan tradicional como majestuoso: encomendar la protección de sus pistas a Rufus, el halcón que ahuyenta a las palomas con su imponente presencia sobre el cielo londinense. Desde que surca el aire cada mañana, las aves ni se atreven a acercarse.
En 2012, su repentina desaparición paralizó al Reino Unido: Rufus fue secuestrado y encontrado tres días después por la policía, sano y salvo. Tal es su relevancia que cuenta con perfiles en redes sociales y más de 10.000 seguidores en Twitter. En palabras de la propia web del torneo, Rufus es “un miembro importante de la familia de Wimbledon”.
08. La aventura para ser recogepelotas
Aspirar a ser recogepelotas en Wimbledon es, en muchos sentidos, más complicado que postularse para un reality show. El Comité de Selección solo acepta candidaturas provenientes de escuelas del sureste de Londres, y el proceso comienza en enero. Los aspirantes deben superar rigurosas pruebas físicas y escritas diseñadas para evaluar su idoneidad: ejercicios de coordinación mano-ojo, lanzamientos precisos y pruebas de resistencia para permanecer largos periodos de pie, entre otros.
Quienes logran superar la criba forman parte de un grupo de 250 adolescentes —con una media de 15 años— que se someten a un exigente entrenamiento que se intensifica a medida que se acerca el torneo. La preparación es tan estricta que roza la disciplina militar.
09. Maria Sharapova y su precocidad
Maria Sharapova ostenta un curioso récord en Wimbledon. Aunque ganó su único título en el All England Club con apenas 17 años al vencer a Serena Williams en la final de 2004, no es la jugadora más joven en lograrlo. Ese honor pertenece a Lottie Dod, quien en 1888 se coronó campeona con tan solo 15 años, un récord absoluto tanto en la categoría femenina como en la masculina.
Sharapova, célebre por sus potentes gritos en pista, también dejó huella en otro aspecto poco habitual: según varios medios británicos, la rusa, ya retirada, alcanzó los 105 decibelios con uno de sus alaridos durante el torneo, un volumen comparable al de una motocicleta acelerando.
10. Fresas con nata
Wimbledon no solo se disfruta con la vista, también con el paladar. El acompañamiento más emblemático para seguir el torneo desde las gradas o la famosa colina es una generosa ración de fresas con nata, el tentempié por excelencia del certamen. Cada año se consumen alrededor de 166.000 porciones, una tradición tan arraigada como el propio torneo.
En 2019 —el último año de referencia plena antes de la pandemia— se sirvieron aproximadamente 27 toneladas de fresas y 7.000 litros de crema, confirmando que, en Wimbledon, el sabor también es parte del espectáculo.
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